El sistema de 2080 era piramidal. Se reducía el ascenso dentro del mismo, a la
acumulación de méritos intelectuales, la posición social y la
adaptación a toda premisa que fuera vertida por las instituciones,
con ciega obediencia.
La imagen que
construían era el factor que hacia fluctuar el estatus que sería
reconocido al llegar la edad adulta, por ello, el abuelo de Daniela,
le recomendó ocultar su ideología junto a toda expresión que la
evidenciara. Había experimentado la involución de la sociedad,
desde aquella supuesta idílica libertad del desarrollo del hombre, a
la actual represión protegida por la conveniencia.
Ella sabia que tenía
razón. Sus padres le habían relatado desde su niñez, la ardua
lucha de su generación, enfocada al fortalecimiento de la
heterogeneidad, de la cultura, y de la aplicación efectiva de todas
las concesiones otorgadas en calidad de ciudadanos, con lo que tenía
un criterio claro y comprometido.
Llevaba un año
trabajando como profesora de lenguas. Debía asegurarse de que al
final del año, cada alumno, alcanzaran el nivel exigido por el
gobierno en al menos tres idiomas y, de no ser así, el niño
quedaría relegado y estigmatizado por la escuela como “poco
capaz”. La lingüística pertenecía a la rama innoble de la
enseñanza, de manera que fracasar en ella, reducía el futuro del
menor, a unas pocas posibilidades que sin excepción posible,
suponían una vida inferior al resto de sus compañeros.
Podría decirse por
lo tanto, que el nuevo funcionamiento estaba enfocado a la
practicidad, al considerarse como el único medio real para alcanzar
la “superación de la raza”, eslogan por excelencia del primer
mundo. Con el nacimiento de tal cavilación, surgió una patología
expandida incompasivamente entre el razonamiento dominante, lo que
afectó, por no decir que aniquiló, aquellas materias cuya
aplicación no surtía un producto útil, es decir, todo lo que no
fuera ciencia industrial, médica o ingeniera.
He aquí donde el
mero hecho de sostener un libro de literatura, invitaba al recelo.
Únicamente estaban bien vistos los manuales entre los estudiantes,
generalmente de ingeniería, pues, si bien habían logrado sobrevivir
algunas pocas carreras de humanidades, éstas no eran elegidas.
Tampoco se debía exhibir afición hacia ellas para sortear la
etiqueta de maníaco o rebelde, ambas igual de perjudiciales, pero
por primera vez, Daniela decidió arriesgarse tratando de transmitir
la riqueza de las letras a sus alumnos.
Apostó por
revivirlas.
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