miércoles, 24 de febrero de 2016

LITERATURA MUERTA: DECADENCIA

El sistema de 2080 era piramidal. Se reducía el ascenso dentro del mismo, a la acumulación de méritos intelectuales, la posición social y la adaptación a toda premisa que fuera vertida por las instituciones, con ciega obediencia.

La imagen que construían era el factor que hacia fluctuar el estatus que sería reconocido al llegar la edad adulta, por ello, el abuelo de Daniela, le recomendó ocultar su ideología junto a toda expresión que la evidenciara. Había experimentado la involución de la sociedad, desde aquella supuesta idílica libertad del desarrollo del hombre, a la actual represión protegida por la conveniencia.

Ella sabia que tenía razón. Sus padres le habían relatado desde su niñez, la ardua lucha de su generación, enfocada al fortalecimiento de la heterogeneidad, de la cultura, y de la aplicación efectiva de todas las concesiones otorgadas en calidad de ciudadanos, con lo que tenía un criterio claro y comprometido.

Llevaba un año trabajando como profesora de lenguas. Debía asegurarse de que al final del año, cada alumno, alcanzaran el nivel exigido por el gobierno en al menos tres idiomas y,  de no ser así, el niño quedaría relegado y estigmatizado por la escuela como “poco capaz”. La lingüística pertenecía a la rama innoble de la enseñanza, de manera que fracasar en ella, reducía el futuro del menor, a unas pocas posibilidades que sin excepción posible, suponían una vida inferior al resto de sus compañeros.

Podría decirse por lo tanto, que el nuevo funcionamiento estaba enfocado a la practicidad, al considerarse como el único medio real para alcanzar la “superación de la raza”, eslogan por excelencia del primer mundo. Con el nacimiento de tal cavilación, surgió una patología expandida incompasivamente entre el razonamiento dominante, lo que afectó, por no decir que aniquiló, aquellas materias cuya aplicación no surtía un producto útil, es decir, todo lo que no fuera ciencia industrial, médica o ingeniera.

He aquí donde el mero hecho de sostener un libro de literatura, invitaba al recelo. Únicamente estaban bien vistos los manuales entre los estudiantes, generalmente de ingeniería, pues, si bien habían logrado sobrevivir algunas pocas carreras de humanidades, éstas no eran elegidas. Tampoco se debía exhibir afición hacia ellas para sortear la etiqueta de maníaco o rebelde, ambas igual de perjudiciales, pero por primera vez, Daniela decidió arriesgarse tratando de transmitir la riqueza de las letras a sus alumnos.


Apostó por revivirlas.



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