viernes, 1 de enero de 2016

PRESENTE

Historia de Enia y Alate, continuación de Ruego


Presente

Enia, 4 años atrás

Cuando Enia alcanzó el lago, en seguida notó que algo no estaba bien. Un silencio denso, como si de niebla invisible se tratase, pesaba sobre el lugar.  Otsemi estaba sentada en la orilla, sosteniendo algo en su regazo mientras aplicaba agua sobre ello, con delicadeza.

                La niña se quedó observándola, sintiendo que no debía interrumpir. Ningún pájaro cantaba. Tras un tiempo, que a Enia se le hizo eterno, la mujer colocó con sumo cuidado su pesada carga en el suelo, mostrando el cuerpo sin vida de un viejo lobo. Una única lágrima rodó por la oscura mejilla de Otsemi, pero sus ojos la contradecían, brillando despiertos, llenos de dicha. Entonces  se alejó del lago, reuniéndose con Enia, y ambas descendieron al bosque, dejando espacio a los buitres para que completaran su labor. Las aguas del lago silenciaron la sangre, diluyéndola en sus profundidades.

                Pasaron las semanas, y Otsemi estaba cada vez más animada, más humana. A veces, incluso le hablaba de Alfa, el lobo. Su amigo. Enia era feliz como no lo había sido desde que abandonara su aldea. Había vuelto a tener una madre.

                Pero pronto notó que no sólo se había producido un cambio en Otsemi. Los lazos estaban vacíos y los animales las rehuían, evitando sus disparos. Enia volvía hambrienta al campamento, en el que se vio en la obligación de trabajar más tiempo, ya que consumía sus recursos. Pasó el verano en el campamento del río, aprendiendo a tejer redes y a preservar el pescado, preocupada por la suerte de Otsemi, que cada vez estaba más delgada.

                Cuando, después de semanas sin verla, regresó al refugio de invierno, la encontró débil y desmejorada, pero había algo más: Otsemi estaba encinta.



Goban, presente: poblado Helvatien

Las jóvenes Ohiandar se revuelven como garduñas, tratando de zafarse de sus captores. Goban intenta desviar la mirada y marcharse, pero una chica especialmente rebelde llama su atención. Quizá sea su naturaleza indómita, o sus ojos curiosos. La cuestión es que le recuerda a su pequeña Dara. La joven muerde a un Kurgan y éste le asesta una sonora bofetada.
- Ötzi, quiero a esa chica. Diles a tus hombres que se comporten.
- Ya le habéis oído, chicos. El viejo se quiere divertir –cacarea Ötzi con sorna, dejando ver su sonrisa incompleta.

                Goban reprime una mueca de desprecio y agarra a la chica por la muñeca, que se resiste. Finalmente, consigue llevarle a su cabaña. El espacio es reducido: tuvo que ceder su antiguo hogar, mucho más confortable, al bárbaro. Su mujer, que estaba atareada preparando la comida, se asombra al verlos llegar. Pronto reacciona y, solícita, echa una piel de oveja sobre los hombros de la chica, que se mantiene erguida y desafiante.
- Te ayudará con las labores… Si es que consigues domarla –murmura con voz cansada. Sabe que su mujer sabrá encargarse. Siempre lo hace.- Tendrá más suerte que las demás.
Los ojos de su mujer denotan comprensión y pena. También ha percibido la semejanza con su hija querida. Intenta calmarla con dulces palabras y le ofrece algo de pan.

                Cuando llegaron los Kurganes, un pueblo procedente de las estepas del este, Goban creyó que juntos podrían engrandecer a su pueblo y perseguir los designios de los dioses. Trajeron razas de ovejas más gordas y perros mansos, acostumbrados a pastorearlas. Pero lo que más interesó al viejo fueron sus técnicas para trabajar el cobre, que ensombrecían sus bastos aperos y armas.

                Así, forjaron lanzas y hachas para conquistar las fértiles tierras de la vega de sus vecinos Ohiandar, el clan del Jabalí. Llevaban décadas de enemistad, pero los altercados nunca habían trascendido.. Aquel perro de Urden se los había ofrecido en bandeja. Había sido exiliado de su clan por agredir a una joven, y ahora quería venganza. Mataron a casi todos en la batalla, aunque los Kurganes insistieron en tomar a las mujeres como prisioneras.

                Goban pensó entonces que ya había sido suficiente, ¿para qué querían más tierras? Pero Urden les había puesto la miel en la boca cuando les habló de lo prolífero que era el cobre en las montañas. Él podría ser la llave para conquistar todos los dominios de los Ohiandar. ¿Dónde encontrarían más gloria –había exclamado Ötzi- que construyendo un altar a Gobanno en sus propias tierras?

                Goban sabía que el Kurgan ni siquiera creía en el mismo dios herrero, pero no pudo contradecirle. Cuando quiso darse cuenta, ya le había entregado el mando del poblado y su propia vida. Le había entregado a Dara.






Texto y fotos por Elisa Rivero Bañuelos

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