lunes, 7 de diciembre de 2015

SUEÑOS

Historia de Enia y Alate, continuación de Revelaciones.

Otsemi, 4 años atrás

Lo había intentado, pero finalmente no pudo resistirse. Había roto la promesa que se hiciera a sí misma aquel día, de no volver a encariñarse de nadie. Vivir en el bosque, lejos del resto, había sido muy duro al principio. Pero la diosa era generosa. Los misterios del bosque se le desvelaron con claridad, como si la brisa se los susurrara al oído, proveyéndole de caza abundante y refugio, además de la cálida compañía de los animales.

                Por supuesto, no podía cortar toda relación con el Clan, y lo visitaba periódicamente para hacerse con algunos útiles. Nunca pasaba más de un día con ellos: no quedaba nada para ella allí.

                Sus andanzas le habían llevado a la tierra de los lobos, por donde campaba libremente. Su alma se había roto por  una grieta tan profunda, que un barranco la separaba de lo que podía considerarse humano. “Otsemi”, le había llamado Alfa. ¿O fue Mari quien le puso ese nombre? Ya no recordaba el anterior. Aquella mujer había muerto, junto al lago con su hijito, y ahora sólo quedaba la loba solitaria.

                Al pie de la montaña había encontrado una pared cubierta de grabados. Ciervos, caballos y uros parecían correr sobre la roca, quizás huyendo de sus escultores, que trataban de atraparlos en el tiempo. Otsemi se preguntaba quién habría realizado aquellos grabados. A veces tenía sueños, en los que la diosa madre le mostraba cómo continuar la obra. Y ella grababa.

                Sobre esas mismas rocas, bien arriba, aullaba Alfa durante las noches de luna llena. En los raros momentos en los que necesitaba compañía, le llamaba y conversaban. Cantaban juntos. Él, a Ilargi, la luna; ella, a Mari. Pero ambos sabían que era la misma.

                Entonces había llegado esa niña, tan desvalida e inocente como tozuda, y le había hecho salir del exilio. Su curiosidad voraz la encandiló desde el primer instante. Con su piel pálida, como enfermiza, y ese pelo rojizo, al principio la encontró fea, pero pronto se acostumbró a su mesticismo, que le confería una extraña belleza.

                Enia había llegado para quedarse, y había conseguido hacerse un hueco en los escombros de su corazón, que creía muerto. Ya no soñaba con grabados ni con animales. Había vuelto a soñar con niños.


Alate, 4 años atrás

A Alfa ya no le quedaba mucho tiempo de vida. Lo decían sus ojos, velados por la edad, que miraban el valle sin ver. Lo gritaba su resuello, que apenas se dejaba oír como un pitido quejumbroso. Una tarde, Alate le vio acercarse a Reine e intercambiar unas palabras con él. Después, descendió con torpeza entre los riscos, hacia la pradera.

                La luna, Ilargi, se asomó tras las montañas, naranja, casi roja, enorme e imponente. Una corazonada impulsó a Alate a seguir al viejo lobo, aunque sabía que estaba mal. Se deslizó entre los acantilados, con el viento en contra. Alfa no podría verle –sus ojos estaban casi cegados-, pero sí percibir su olor.

                El cárabo ululaba en el bosque, presto a iniciar la cacería nocturna, y los aullidos de sus compañeros ya arrancaban su alabanza a la diosa. Entre esa cacofonía, distinguió la ajada voz de Alfa, que provenía de un promontorio rocoso más abajo. También le llegó claramente el olor humano. Su corazón dio un vuelco, pero pronto reconoció que no se trataba de Enia. Se reprendió por ello. ¿Para qué quería verla? Ya sabía que estaba allí abajo, en el bosque, en el lago, con esa mujer. Enia le abandonó y había formado una familia, que a él se le negaba. El odio le oprimió y las palabras le llegaban sordas a sus potentes oídos.


¿De qué hablarían el viejo lobo y la humana? No le importaba. Se dio la vuelta y ascendió por el terreno escarpado. La luna escarlata recorría el cielo al son de la llamada de la manada mientras dos figuras descendían hacia la pradera.


Texto por Elisa Rivero Bañuelos


Petroglifos de Val Camonica (Italia). Fuente: http://www.reidsitaly.com/destinations/lombardy/lake_iseo/valcamonica.html

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