viernes, 6 de noviembre de 2015

VOCES

Continuación de: CUENTOS
La autora recomienda encarecidamente escuchar mientras la siguiente canción de Eluveitie, que motivó en parte esta historia y especialmente este fragmento: https://www.youtube.com/watch?v=n-hkjryDCmg

Enia, 6 años atrás

Enia seguía a Otsemi a través de un bosque cada vez más oscuro. La luz apenas alcanzaba a acariciar las húmedas acículas, que tupían la tierra con su oloroso manto. La niña pronto perdió el sentido de la orientación, y tuvo la certeza de estar traspasando un umbral prohibido, dejando atrás el mundo que conocía.. Tan solo el traqueteo del picapinos o el áspero alarido de un grajo perturbaban el silencio sepulcral.

Otsemi se detuvo en medio del bosque y Enia, absorta, casi tropezó con ella. Dispuestos en círculo a su alrededor se erguían, semiocultos entre los endrinos y la hiedra, siete enormes losas de piedra.

La mujer hurgó en su bolsa de piel de corzo y extrajo unos filamentos secos, probablemente hongos, y se los tendió a Enia, indicándole con rostro adusto que los ingiriese. La niña la obedeció sin más dilación.

Otsemi empezó a canturrear, con la mirada perdida en el bosque. La luz fue decayendo a marchas forzadas mientras la canción cobraba fuerza. Las copas de los pinos se agitaron ante un viento inexistente, frotando las acículas con frenesí. Enia sentía la boca seca y le sudaban las manos. Le pareció escuchar un murmullo, que provenía de los monolitos. No, eran voces. Ahora las distinguía con claridad, pero no alcanzaba a entender qué decían. Su origen eran los árboles, los arbustos, el suelo.

De pronto, el miedo la atenazó. Ya no veía a Otsemi, sólo las sombras de los pinos, que crecían y danzaban, tratando de engullirla. Echó a correr en medio de aquel caos, buscando la salida del bosque. La canción la perseguía, pero ya no era la voz de Otsemi cantando en idioma Helvatien, sino su lengua materna.
“Bienvenida a este valle”, repetían.

En su carrera se cruzó con lo que creía que era un jabalí, que con su tosca voz se unió al coro. Cientos, miles de almas congregadas en ese bosque, aparentemente vacío, le hablaban al unísono.

Finalmente  se vio libre de la presencia asfixiante de los árboles y pudo respirar. Tuvo la certeza de haber alcanzado la pradera. Un segundo antes de hundirse en la oscuridad, creyó distinguir unos ojos ambarinos, observándola desde la montaña. Y entonces todo se volvió negro y reinó el silencio.

Cuando despertó, le desconcertó comprobar que el sol aún brillaba en el cielo. Sintió la calidez del cuerpo de Otsemi, que la acunaba en su regazo mientras cantaba una nana. Le hizo regresar a un tiempo que entonces le pareció muy, muy lejano, cuando aún vivía con su familia. Casi podía oler el confortable aroma de su madre y saborear la rancia carne de la oveja, cocinándose a fuego lento en el hogar. La nana  se detuvo y Enia volvió en sí, como despertando de un largo sueño.
- ¿Por qué paras? -preguntó la niña, anhelando volver a abandonarse al plácido sopor.
- Yo dejé la canción hace un rato, Enia. Estabas cantando tú.





Foto y texto por Elisa R. Bañuelos


"Ba bixse uenerianum ad Ebriureco suaueloslan slanossi

Ietum sualido contilossi"

"We're on the cusp of the sanctum in the woods of Ebriurecon.
Welcome! May you experience recovery here!"

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