viernes, 9 de octubre de 2015

COBRE

   Enia se despereza entre sus pieles. El débil sol otoñal apenas templa la cubierta de la tienda de verano y el viento, que se filtra entre las costuras, había apagado el hogar. Salta con agilidad por encima de Urtxin y algunos compañeros más, profundamente dormidos. Alcanza el exterior y aspira el frescor, cargado de hojas de tonos tierra.

    Enciende los fuegos de la cocina común, aún desierta, y pone a calentar un caldo de pescado, que adereza con setas. La víspera se había celebrado un pequeño banquete en honor de Urden y Urtxin: a los Ohiandar les encantan las visitas, ya que éstas son escasas y constituyen la única fuente de información exterior. El recién llegado miembro del clan del Jabalí pronto se había henchido de orgullo y licor, contando sus experiencias con los Helvatien. Urtxin también contribuyó a los relatos con su acostumbrada efusividad.

    Una silenciosa garza sobrevuela el río y atrae su atención. Aztie comprueba las redes y recoge los últimos salmones de la temporada: hoy se trasladan al campamento invernal.
- A parte de ser un cerdo maleducado y bastante orgulloso –rompe el silencio el viejo-, ¿Qué te ha parecido ese Urden?
- No me interesa opinar sobre nadie –murmura Enia. No cree que ella, que no frecuenta la compañía humana, sea la más adecuada para valorar al visitante.
- No me fío de él. Le conocí hace tiempo en una cacería conjunta, en la cuál debutaba junto a otros jóvenes. Me llamó la atención porque resultó ser bastante tramposo y competitivo con sus propios compañeros –Aztie ofrece unas entrañas de salmón al río y cierra las últimas cestas, repletas de peces. –Si no quieres opinar acerca de él, al menos ¿qué piensas de su propuesta?

    La noche anterior Urden les había planteado un pacto comercial con los Helvatien. Cada tribu debía enviar en primavera unos cuantos de sus jóvenes, junto con algunas pieles de buena calidad, pescado y carne como ofrenda, para que fueran a pasar una temporada con los Helvatien a aprender sus técnicas de cultivo del cereal y el pastoreo. A la vuelta podrían llevarse parte de su cosecha, además de sus conocimientos. Urden, quien coordinaría todo el proceso, argumentó que los agricultores estaban necesitados de mano de obra.

- Me parece muy generoso por su parte que quieran compartir sus secretos con nosotros, lo cuál no concuerda con los recuerdos que tengo de la tribu Helvatien con la que me crié, aunque no sea la misma y puede que en el fondo tengan buenas intenciones. Por otro lado, no creo que este valle sea apto para el cultivo del cereal: requeriría talar mucho bosque, el clima es más frío aquí arriba y puede que la planta no prosperase, habría que comprobarlo –Enia contempla el bosque con la mirada perdida y los ojos tristes, mientras ayuda al viejo con las redes.- La cría de cabras sí podría resultar interesante, pero el pacto no mencionaba ningún animal.
- Entiendo –el viejo frunce el ceño, pensativo. –Aprecio mucho tu opinión, Enia, y comprendo que te cueste hablar del tema, pero la aceptación de este pacto puede marcar el futuro del clan. Dime qué te preocupa.
- Los recuerdos... Recuerdo que el cultivo del cereal requería trabajar sin parar durante interminables jornadas, y que la alimentación era muy pobre y pasábamos mucha hambre algunos inviernos. Recuerdo que no nos trasladábamos en todo el año, salvo los pastores y comerciantes, que se ausentaban largo tiempo. Había gente que mandaba y vivía muy bien, especialmente los hombres, que a menudo se emborrachaban y pegaban a las varias mujeres que poseían. La mayoría éramos muy pobres y nos deslomábamos a trabajar. Y recuerdo los incendios.

    Aztie no dice nada mientras se afana en sus labores. La joven se aleja para comprobar el desayuno y lo encuentra borboteante y oloroso en su bolsa. De la tienda emerge Urtxin con mala cara, aunque pronto mejora con la brisa fresca.
- ¡Buenos días! –exclama en voz demasiado alta, que casi retumba en el bosque de galería. Acude a la cocina común y se escalda pescando una seta.- ¡Ouch! Me muero de ganas por ir con los Helvatien a aprender a cultivar para preparar comida de verdad, y así no tendría que comer estos potingues todos los días.

    Enia reprime una sonrisa y observa como el cielo se va oscureciendo con nubes panzudas que el frío viento arrastra con pesadez. Se anuncia nieve.

   Se acerca al refugio principal a recoger algo de leña y se topa con el pesado equipaje del comerciante, que no cabía en el interior. Está desordenado y algunas de sus pertenencias yacen desperdigadas por el suelo. Bajo una funda de piel de cabrito brilla un objeto extraño. Enia mira hacia los lados y se cerciona de que nadie la observa. Lo extrae con cuidado y se sorprende del frío y la suavidad de su tacto. Es, sin duda, un cuchillo, pero se trata de un material que ella no había visto jamás. Más tarde sabría que estaba hecho en cobre.

Elisa R. Bañuelos


Puñal de cobre, cueva del Cuélebre. Corao. Cangas de Onís. Fuente: museoarqueologicodeasturias.com


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