viernes, 11 de septiembre de 2015

UN POCO DE HISTORIA (ENIA Y ALATE)

El contexto histórico –o, más acertadamente, prehistórico- de la historia de Enia y Alate se podría situar en la zona de los Alpes o Helvetia, entre los años 5.000 y 3.000 a.C. Se corresponde con una época de cambios, en la que las últimas sociedades de cazadores-recolectores de Europa, atrincheradas en las montañas y las zonas frías, eran sustituidas por las tribus protoindoeuropeas, expansores de la agricultura y la ganadería.

Se entiende que la climatología y accidentalidad del terreno pudieron suponer una barrera para el desarrollo de la agricultura en el área alpina, si bien la ganadería y la domesticación se podrían haber ido incorporando. En la ficción, omito la existencia de perros, que ya estarían perfectamente domesticados e integrados en la sociedad preindoeuropea, al igual que las cabras. En el relato se muestra a estos cazadores prácticamente como si nos remontáramos al “hombre de las cavernas” del paleolítico, por comodidad.

Como nos cuenta un reciente estudio, estas gentes podrían tener la piel oscura y los ojos azules, una combinación ya inexistente.

Por el contrario, las tribus protoindoeuropeas, nos cuenta otro estudio, tendrían una piel clara y unos ojos oscuros. Estos pobladores recientes se hallan en estado de expansión progresiva –no nos imaginemos éxodos ni invasiones- e incluso absorción y fusión con las poblaciones locales indígenas –como ejempliza la madre de Enia-. Cultivan el cereal –pongamos que variedades antiguas de trigo, o la cebada- lo muelen, humedecen y tuestan en forma de torta ácima, ya que el proceso de fermentación y cocción del pan es más tardío. No conocen la rotación de cultivos, el barbecho ni probablemente el abonado, por lo que la tierra pierde su fertilidad y requieren más suelos para cultivar. Además, la agricultura, generando por primera vez un excedente, produjo una explosión demográfica que contribuyó a la expansión de estas sociedades. Esto les llevó a talar y quemar grandes extensiones de bosque para dejar paso a sus cultivos.

Más tarde o, mejor dicho, progresivamente, irían llegando nuevas oleadas de los indoeuropeos propiamente dichos.

Aunque, gracias a estudios recientes, el origen y sucesión de las distintas migraciones se está esclareciendo, el idioma que hablaran los diferentes pueblos constituye una incógnita, aunque existen ciertas aproximaciones y vestigios. De las lenguas preindoeuropeas, sólo nos llegan hidrónimos, vestigios de algunas lenguas como el etrusco, y el euskera –aunque actualmente existe gran debate-. Qué se hablaba en los Alpes por aquella época, es un misterio: ¿alguna variante del etrusco? ¿Existía ya el protoeuskera y se extendía hasta tan lejos? Por desgracia y a falta de respuestas, me he permitido la licencia de incorporar vocablos “euskerizados” al relato para referirme a nombres o clanes de los cazadores. Algunos ejemplos: Urtxin vendría de urtxintxa (ardilla), Urden de basurde (jabalí), Harix de Haritz (roble), Aztie de azti (hechicero, brujo), oihandarde oihan (bosque).

Por otro lado, tampoco resulta sencillo saber qué idioma hablarían los primeros agricultores, es decir, la familia de Enia. Se estima que existiría un idioma protoindoeuropeo que poco a poco se iría desglosando en dialectos zonales y finalmente dando lugar a numerosas lenguas, muchas de ellas hoy extintas, pero de la que proceden casi todas las lenguas actuales europeas –salvo el euskera, el finés, el húngaro…-. En la ficción, me he permitido otra licencia: utilizar reconstrucciones del idioma galo, una de las lenguas indoeuropeas muertas mejor conocida hoy en día. El galo se hablaba en la Galia y la región helvética (Alpes) antes de la imposición del latín por el imperio romano. Sin embargo, los testimonios escritos más antiguos de esta lengua se remontan tan sólo al siglo III a.C. Por lo tanto, situarlo hace 5000 años supone, por supuesto, una tremenda osadía.

Gran parte de este relato se inspira en la música y las letras de Eluveitie, un grupo de celtic-metal Suizo que se encarga de preservar y dar vida al galo. Así, el nombre de Alate se ha escogido de la canción “Omnos” (ver letra traducida aquí), y procede de la frase “cu allate”, que personalmente entiendo como “lobo salvaje” –con serias dudas sobre si allate realmente significa salvaje en galo-.

La religión supone otra gran incógnita: las poblaciones paleolíticas de cazadores-recolectores bien podrían adorar a multitud de dioses, puede que encarnados en forma de animales o plantas totémicos –que representaran a cada clan, como en el relato-. En general predomina la teoría -como defiende Marija Gimbutas- de que las poblaciones preindoeuropeas e incluso protoindoeuropeas adoraban a la diosa madre naturaleza, en una sociedad en la que el hombre y la mujer ocuparían el mismo lugar: una gylania -gy de mujer y an de andros, hombre-. Las tallas de Venus encontradas por toda Europa serían una prueba de este culto a la feminidad. Autores vascos también apoyan esta teoría, que en Euskadi “se conserva” con el culto a Mari. Con las posteriores “invasiones” indoeuropeas vendrían, en algún momento, el patriarcado y las religiones politeístas marcadamente masculinas –como ocurriera en Grecia con la imposición de Zeus sobre Hera-. Pero de esto nos puede explicar más, algún día, nuestra escritora Raquel.

En referencia al contexto biogeográfico, la historia se desarrolla cerca del tramo alto del Ródano, próximo a Ginebra (Suiza), en los Alpes. La fauna y la flora descritas se corresponderían con las especies actuales que allí habitan, las mismas que hace 5000 años, ya que el clima sería prácticamente el mismo –aunque obviamente la abundancia y distribución han cambiado, algunas se han extinto y otras introducido-.

Finalmente quisiera pedir disculpas a los historiadores y filólogos más puntillosos: lo que empezó siendo cuatro renglones improvisados escuchando Eluveitie (ver entrada “Te siento”) se está convirtiendo en un relato hecho y derecho debido a los plazos de los “editores” ;), lo que me obliga a aplicarle una investigación tardía y un contexto poco realista.

Pero, oigan, ¿por qué habría de ser coherente un cuento en el que los lobos hablan y juegan con las niñas?


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